Adriana Bermúdez |
La tristeza roja
Niña, sólo por ti lloro
tengo lágrimas de oro
quiero que te lleves todo
róbame, soy tu tesoro
tengo lágrimas de oro
quiero que te lleves todo
róbame, soy tu tesoro
En mi corazón tatuada
te llevaré hasta mi muerte
cuando mi cuerpo se disperse
serás el viento en mi espalda
te llevaré hasta mi muerte
cuando mi cuerpo se disperse
serás el viento en mi espalda
(Niña roja, Adanowsky).
Se acercaba fin de mes cuando desperté en mi habitación en tonos
naranjas, sólo que esta mañana amanecí con los pies helados a pesar de las
medias, me daba la impresión de que estábamos a unos seis grados. Yo tenía frío
y una sensación de sentirme triste otra vez, entonces me eché a llorar y me
aseguré que las cobijas me cubrieran como para que mis cortinas de colores
fuego no me vieran así, hacía meses que cambié las cortinas azules, se supone
que ya no podría entrar la pesadumbre por la ventana, luego acercarse a mi cama
y así abordarme, susurrarme al oído e inundarme toda. De esta inundación nadie
viene a salvarme, mi madre vive al final de la ciudad, mi compañera de casa
dejó el insomnio hace varios meses, yo salgo y llego a casa cuando no hay
transeúntes aún, sólo aquellos somnolientos que todavía no hay certeza de que
existan.
Miraba de vez en cuando el espejo frente a mi cama, veía el retrato de las
plantas más altas y preciosas de mi maceta. Y más abajo, veía las que se habían
secado y lucían terribles, estaban a punto de mirar el suelo de cerca entonces
ahí estaba yo, ahí estaba mi reflejo.
Miré mis manos, estaban rojas, entonces tuve que correr al baño,
sentarme desconsoladamente y sentir como mi vientre crecía y crecía, es
parecido a recibir puñaladas desde dentro, no obstante, el rojo salía como una
marea donde todos los peces mueren.
Volví a mi cama, buscaba historias para justificar mi ausencia en la
escuela y el trabajo: vino una mujer de vestido rojo, escotes prolongados,
labios grandes y rojos, zapatillas rojas, cabello rojo. Vino y me abordó. Me
visita desde los once años y hace conmigo lo que quiere. No puedo salir de mi
cama porque ella se molestaría muchísimo, se echaría a llorar y dejaría mi ropa
roja y así yo me sentiría incomodísima y tendría que volver a casa a vestirme.
Levanté la mirada y el rojo ya estaba en mi cama: en mis sábanas, en mi
ropa interior. Entonces supe que la tristeza roja había llegado: nadie la
menciona, todos le temen, hablan cosas de ella sin siquiera conocerla, le
tienen repudio, le gritan ¡sucia!, quieren decidir por ella, quieren violentar
al rojo con el rojo.
Escúchame bien, la tristeza no es azul, y no tiene que echarle ganas, y
no está loca, es sólo que el rojo siempre ha querido decirnos algo.
Habitación
I stare at the window
stare at the window
waiting for the day to go…
Another Day, The Cure.
stare at the window
waiting for the day to go…
Another Day, The Cure.
Corrían siempre
poco más de las seis de la tarde cuando yo pasaba horas en la ventana de la
vieja casa, en la sala, despidiendo los últimos rayos de sol. Siempre deseaba
ser una paloma de las que se posan en los cables que nos alejan del cielo y que
su única función es ver la vida pasar y a los transeúntes preocupados por los
pendientes que se tiene cuando se es humano.
No puedo recordar
el color de las cortinas de esa ventana, pero sí la alergia que me daba tanto
polvo, o tal vez era la casa. Todos los días durante meses hice lo mismo, ver
cómo moría la luz del día y siempre me acompañaba The Cure para eso, pensaba
que, si escuchaba repetidas veces Another Day, un día en verdad
sucedería: otro día.
Los días que no
pasaba pegada a la ventana, los pasaba subiendo las escaleras a mano derecha;
una puerta de madera desgastada con pegatinas de bandas de los ochenta, y un
olor que entraba desde la ventana de ese cuarto, cuando todavía la ciudad no
estaba llena de esmog y las mañanas, tardes y noches se distinguían cada una
con su particular aroma.
Ahí, en ese
cuarto tan pequeño aprendí mis mejores pasos de baile, mis parejas eran distintas
cada día; el clóset no tenía puertas y eso facilitaba más las clases. Un día mi
pareja eran las mangas de mi vestido negro favorito, otro día era una chamarra
marrón y así cambiaba cada día para sentir diferente.
Otros días los
pasaba a la orilla de la cama, con la cabeza lista para recibir el monstruo que
vive debajo de todas las camas, pero a veces, ni siquiera él llegaba, desde
entonces supe que papá y mamá llegarían siempre después de que yo me fuese a la
cama.
En este lugar
tuve relaciones muy íntimas; a veces me arropaba toda la multitud que colgaba
de los ganchos, yo me hacía bolita debajo y cerraba los ojos, entonces sentía
que todo ahí me abrazaba.
También le
pedía perdón a los posters de las bandas cuando escuchaba otra banda distinta a
la de la pared, les decía que sólo era por un rato y que ya más tarde los
pondría también a ellos.
Las puertas
comenzaron a tomar formas de caras que no eran tan agradables, pero yo les
había tomado cariño y a veces llorábamos juntas. Todo lo que habitaba en ese
lugar tenía vida, y si no era así, pues yo misma se la había dado.
Pero, donde
pasé más tiempo, fue en ese viejo bote azul, grande, redondo, agrietado, yo
cabía dentro perfectamente. Me adentraba cuando me sentía brutalmente triste y
quería que algo me apretara fuerte, mecía el bote en círculos para sentirme
arrullada, muchas veces dije que esa era mi verdadera casa: el bote de la ropa
sucia.
Cuando estaba
lleno lanzaba la ropa al piso y yo la suplía ahí dentro. Nadie me conoció mejor
que ese viejo bote, años más tarde mamá lo tiró y yo me sentí desprotegida
desde entonces. Pero nadie tiene culpas de infancia, de sentirse como un trapo
sucio y viejo, es por eso del abandono…
Sahumerio
Poesía circular
Pez espada
Puedo verla de perfil
Ondulándose en el mar
- Gustavo Cerati.
Pez espada
Puedo verla de perfil
Ondulándose en el mar
- Gustavo Cerati.
Me di cuenta cuando nuestros cepillos de
dientes se miraban frente a frente que estábamos viviendo lo que, durante años,
fueron conversaciones fugaces de música, piedras coleccionables y tomas en
blanco y negro de mi vieja casa usando de fondo A Time For Love, de Bill
Evans.
Pareciera que la vida es tan predecible, sin
embargo ¿cómo es posible que mi cepillo de dientes ahora está en el baño de
alguien que conocí la semana pasada? Quiero decir no sólo mi cepillo, tengo dos
cambios de ropa, mi champú íntimo y mi chaqueta naranja en este lugar. También
traje la novela de Elena Garro, como si no fuera suficiente decir te quiero a
un casi desconocido. Sólo habíamos coincidido tres veces: me invitaste a una
obra de teatro, trataba de un tipo que se queda atrapado en un ascensor y estaba
aterrado, y resulta que ese ascensor era la vida, y me encontré ahí, de reojo
te miraba. También fuimos a bailar y de lejos te veía verme, de vez en cuando
también bailamos juntos. Y otro día, llegaste a mi trabajo, me esperaste
paciente a que saliera de ese lugar, con olor a papas fritas y la cara
brillante por pasar tantas horas en una cocina, tomamos algo y fuimos a casa.
La ventaja de vivir al día es usar transportes baratos que rechazan las
peticiones de ir a casa a las tres de la mañana. Entonces te quedaste. Dormimos
frotando los pies como si nos conociéramos de siempre, susurrabas una de mis
canciones favoritas “desde el pueblo más lejano de acá…” mientras me
platicabas que escuchaste esa con tu madre a fin de año mientras compartían
polas. Lo que tú no sabías es que mi insomnio estaba llegando a su fin contigo
a un lado, formando un paréntesis en mi cama, nunca dormí tan confiada de un
extraño a parte de mí.
A primera hora nos despertó el tren, amanecimos
en tonos fuego, tenía cortinas nuevas y te fuiste a casa.
Ya sucedido lo anterior, me cuestiono si tres
veces de ver a una persona son suficientes para que un cepillo de dientes se
vea tan alineado con el de frente, desnudarse y dormir en posiciones que antes
causaban perturbación de una manera tan natural, hacer caricias a quien duerme
como si hubiese estado buscando refugio durante años, mientras veo documentales
sobre biología marina y sueño con una graduación donde en lugar de zapatillas
llevo aletas, esto me hace pensar en lo mucho que mamá se decepcionaría de
nuevo. Entonces regreso a ti y duermo también.
Permanezco acá unos días, y luego me doy cuenta
que ya tengo ropa sucia apilada, ahí, junto a la tuya, he dejado de comprar
comida corrida porque tú cortas las papas y yo preparo la sopa, yo hago esto y
tú aquello y, por primera vez, tengo una hora de la comida y hago sobremesa, y
lavo los trastes escuchando a Billy Joel.
Qué rápido se construye una casa, como si
colocar arcilla, caliza, apilar ladrillos fuera cosa de semanas y listo, de
pronto ya estás eligiendo las cortinas para la cocina y haciendo huertos en el
frente de la casa.
Pero la habitación, esa habitación al final del
pasillo, deja asomar un humo debajo, quiero decir calidez. Estoy acostada,
llevo puesto uno de mis vestidos favoritos, tienes la espalda descubierta y
sonrío porque las cicatrices han dejado de ser tan importantes, incluso pasas
de ves en cuando frente al espejo, estoy detrás de ti, también de mí.
Este lugar es un sahumerio, y todo el abrazo cabe en 14:32 diciendo Never
Let Me Go, como si Bill Evans siguiera vivo, como si fuera 1980,
como si en verdad a parte del cuerpo nuestro tuviéramos una casa.
Ana
Rosa Silva Bravo (no es cierto, Ana a secas o Chiflando y Aplaudiendo). Nació
en Querétaro en el no tan lejano 1995. Lo que más le gusta son las ventanas que
tienen casa, patinar en el Roller Derby y aprender todos los días mirándole de
cerca a las calles y a las letras. Encuentra el sentido de la vida y las
relaciones humanas en la música.
Estudia
Lenguas Modernas en Español en la Universidad Autónoma de Querétaro, trabaja hace
casi siete años en una cafetería del centro y a la par ha tenido diversos trabajos.
A
veces también trabaja en la NASA y hace viajes al espacio tratando de localizar
al Major Tom. (Referencia a Space Oddity, favor de escuchar con audífonos).
Participó
en el taller de poesía en el 2012, impartido por Romina Cazón en el Instituto Queretano
de la Cultura y las Artes, publicando un texto en el poemario “aves no tan
comunes”. Años más tarde participó en el taller de narrativa impartido por
Antonio Tamez y ahí crecieron sus intereses por el cuento. En 2017 retoma el
taller de poesía con Romina Cazón y en 2018 forma parte del poemario “El mundo
no se acaba”. En 2019 fue partícipe de “Encuentro
de escritores y artistas visuales” en la Central de Cultura Compartida.
Actualmente
dedica su tiempo a los estudios universitarios, el trabajo, las prácticas sobre
tener una casa[i] y a sus plantas.
[i] “Y mi casa soy yo. Y yo que pasé toda la vida sintiendo que nunca
tuve una casa y no era parte de ningún lado.” – Ana Bravo.